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sábado, 3 de noviembre de 2012

un prólogo de félix anesio...


 
 
Prólogo

García Lorca, hacia 1918, a todas luces deslumbrado por las Poesías completas de Antonio Machado escribió, encima del libro, un poema que hoy es considerado su primer manifiesto poético y que luego devendría en prólogo con el título de Sobre un libro de versos. El entonces bisoño poeta granadino escribe al final del hermoso poema:

                                                Como en el horizonte
                                                Descanso las miradas.
                                                Dejaría en el libro
                                                Este, ¡toda mi alma!
           

            Y es que la literatura, especialmente la poesía, puede provocar el éxtasis y despertar las más fuertes emociones. Doy fe de ello… He sido siempre un ferviente enamorado de las palabras; desde pequeño me dí a la tarea de leer apasionadamente, pocas cosas me producían tanto placer como un buen libro; así comencé, guiado por solícitas manos entre libros de ordenadas bibliotecas ajenas. Con el paso de los años, ya en plena adultez, he llegado, en gesto de soberanía y de madurez intelectual, a escoger mis propias lecturas, las que decido según mi gusto personal. Leo, siempre que puedo, todo lo que me gusta, todo lo que me da placer leer, así como lo hiciera también Dylan Thomas; sólo el Tiempo es mi única preocupación: ese gran enemigo de toda obra humana; el mínimo tiempo indispensable que la vida pueda concedernos para emprender nuevas lecturas, nuevas aventuras estéticas y nuevos proyectos.
 

            Hoy llega a mis manos (¡Deo gratias!) un nuevo poemario cuyo solo título presupone la entrega absoluta de su creador Arístides Vega Chapú. Lo hojeo al azar (no puedo evitar esa vieja costumbre) y me tropiezo con esta lancinante idea poética:
 

                                          Escribo a merced de morir,
                                         cuánto miedo me produce la belleza.
 

            Impresionado por estos versos—y otros tantos— y ante el presentimiento de una sinceridad que no trafica con gratuidades, facilismos, o con la mera muestra del oficio de escritor experimentado, hecho y laureado —si es que acaso ese oficio pueda aplicarse a la poesía— leo cada poema, los releo, vuelvo al título que en sí mismo constituye todo un manifiesto poético, una confesión muy íntima, una profesión de fe: Sagradas Pasiones.
 

            Nombrar así un poemario presupone un acto de valentía rayana con el heroísmo; una profunda urgencia del espíritu que aflora como un grito de fe y libertad de su autor, quien nos confiesa antes, haber escrito con heroicidad sus versos, entregándose al abismo tan solo para disfrutar de la caída.
 

            Ya conocía algunos libros de Vega Chapú; también, de su encomiable labor como promotor cultural en la Isla más distante; del respeto que goza allá, así como en otras latitudes. Más debo decir que hay algo curioso en este prólogo, y es que lo he escrito sin haberlo conocido aún personalmente, sin haber sostenido siquiera un breve diálogo —género literario tan válido cuando se trata de investigar las más hondas motivaciones de la entrega. No obstante, obviando esas nimias barreras de la (in)comunicación, me sumerjo en las profundas aguas del poemario en el que muchos lectores podrán verse identificados según sus propias experiencias de vida, atreviéndome a asegurar que se conmoverán ante las pasiones develadas como una estampida de los Cristos del alma vallejianos, con un alto lirismo.
 

            No sería hiperbólico, ni desmedido, declarar que Sagradas Pasiones es, hasta la fecha, el poemario más hermoso de Vega Chapú, criterio que compartirán muchos lectores y que el propio autor no desdeñaría, aunque sea ajeno al encomio, ya que lo sabe sincero, honesto y poéticamente emocionado. Los invito, pues, a disfrutar verso a verso, de esta inspirada obra que cautiva por su esplendor, quedándose impregnada nuestra alma, como por ósmosis, en cada una de sus páginas y descansando en el horizonte la mirada…  

 

Félix Anesio

Miami. Agosto, 2012. 

 

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