El título de este artículo no debe alarmarlos, ya que al decir de Paz, cada poema espera por su autor definitivo; cada poema debería ser acreditado al lector cuando éste es tocado a fondo en su lectura, tocado de vida, de muerte, de felicidad. Por eso, al releer la poesía de Rogelio Obaya, entrañable amigo y mejor poeta, siento la intención de hurtarlos, de reclamar alevosamente la autoría, de confesarme un nuevo Pierre Menard autor del poemario Al borde de la luz. (Ed. El Mar y la Montaña, 1986).
Sería justo y necesario, entonces, proclamar las razón de este exabrupto, de esta inconsciencia mía?
No lo creo: no obedece más que a los humanos efectos que produce la autenticidad de la belleza poética.
Desde ya, siento dispensada esta fechoría de parte del poeta residente en La Española desde hace varios lustros, tiempo que también enmarca nuestra mutua ausencia; ausencia que todo lo recrea, que todo lo trueca y que todo lo dispersa, pero que no disuelve ni el asombro, ni la admiración, ni el afecto.
No me queda nada más que autodenunciar ante ustedes, los lectores de este blog, este desliz, aunque él sabe que hay un camino: ese que nos conduce a todos hacia las innumerables aristas de la belleza.
Dejo a todos mi absolución pendiente...
Gracias por disfrutar de estos poemas que también ustedes pueden apropiarse en su lectura y tener cien años de perdón garantizado.