Su nombre El
Valle de Acor; su autor, el
jovencísimo poeta Sergio García Zamora, natural de Esperanza, Villa Clara. Es
un libro “vibrante, capaz de volver transcendental lo cotidiano” al decir de A. Vega Chapú; y también se ha escrito:
“… la impresión de serenidad y sencilllez que trasmite su poesía, tan
comunicativa y cargada, no obstante, de la intensa complejidad que el verdadero
arte require para constituirse en metáfora de la vida humana” (C.Sotolongo
Valiño).
Y es cierto: “Hay
literaturas que no permiten la indiferencia” como citaba el amigo Marcos
Ricardo Barnatán en su prólogo de Narraciones,
una compilación de relatos de Jorge Luis Borges, libro que ha sido mi compañía,
mi vademecum durante muchos años, antes en la Isla, luego aquí, en los
Estados Unidos. A cada rato releo las palabras de Barnatán, quien aún no sabe (hasta
que lea este artículo) que es uno de los causantes de que ame la obra del gran
Borges, uno de mis autores predilectos, uno de mis maestros.
Hoy me parece justo mencionar,
con similar énfasis, que la lírica de Sergio García Zamora no permitirá, tampoco,
la indiferencia ni el abstencionismo del que toque sus páginas: por las múltiples
reflexiones que provocan, así como la emoción y el placer que ha de
experimentarse con su lectura. Este es su quinto libro, también su quinto
premio, por ello y otras cosas, podemos hablar de una producción literaria, de un corpus
poético, de alguien con una voz muy peculiar a tomar en consideración, seriamente,
dentro del contexto de la Literatura Cubana actual.
Sin más preámbulo, les presento
tres poemas de El Valle de Acor
esperando que lo disfruten.
Felicidades al autor y
como siempre reciban ustedes mi cálido abrazo.
Félix Anesio
Miami, Abril 2013.
.
Reciclaje
& sobrevida
Entre las pacas de ropa reciclada
está la vida que desecharon
como ropa reciclable.
Esta camisa, por ejemplo, de Armenia o de Birmania,
¿en cúal bar manchó su borde, su esplendor,
junto al deseo de quién?
Aquél pulover, demasiado nuevo todavía
debió olvidarlo el desamor en la casa del amor
y el amor levantarse un verano
decidido a deshacerse de todo,
de todo, repetiría para sí.
Imagino una historia para cada pieza:
lugar común que se recicla, pensamiento que ya
previó
quien envía las telas, la vida entre las telas.
Para ti, amor mío, he buscado una blusa rumana
como la que pintó Matisse,
aunque no te afilies a la noción de reciclaje
que logra primar sobre ciertos poemas y personas:
algo que después de usar
no se pierde del todo.
La
loca del taxi
Hablaba de su hijo:
muchacho bueno que vive en Quebec,
Omaha o Seattle
y está blanco y gordo como la nieve,
lo cual no es un lugar común;
en todo caso, un mejor lugar.
Hablaba de lo feliz que sería verlo
y supongo que se reía.
Después no dijo más.
Por un momento sentí que viajábamos
a la ciudad última.
La mujer callaba.
En el retrovisor advertí su sonrisa
delienada por Modigliani
y recordé los peces rojos de Matisse:
eran labios fauvistas
donde la fiereza del color
perfectamente simulaba
intensa vida.
Café
La Marquesina
Asistiré al desastre de mi patria.
Anacreonte
Asistir al desastre de la patria
cuando uno es la patria:
muchacho que se contempla
en el cristal de los comercios
y se arregla la camisa, el pelo un poco;
joven animal turbado
en los espejos de algún bar, de algún hotel.
En los bajos del teatro La Caridad,
los locos, los pordioseros piden caridad
a turistas sentados en La Marquesina:
gente que bebe sus mojitos
y mira pasar espléndidos cuerpos.
Con extranjero te habrá confundido
la vieja que pedía en inglés
para el almuerzo, para el nieto siempre.
Hasta ayer vivías como Anacreonte,
el anciano cantor del vino,
griego que pensamos
solo conocía los placeres.