Elegía
… a Janis, Elis y Edith.
Hiere verla cantar bajo las frías luces del estudio,
ajenas a la calidez de su presencia; a la inmanente
luz
de su alma grande, y frágil, y de niña vulnerable
que cuenta sus dedos otra vez, desesperada.
Una reina echa a volar sus prodigiosas manos como
miles de palomas blancas flotando en el aire
enrarecido
del Olympia; cayendo en un éxtasis que escapa a lo
humano, y que tal vez un día comprenderemos.
Pimentinha, al sur del mundo, enamorándose de las
Aguas de Marzo que la arrastran furiosas e implacables;
toda música ella misma, dueña de la música ella
misma
y que Dios nos concedió benevolente, y sin reparos,
porque así estuvo escrito, desde siempre, en la
Palabra.
Se han marchado lejos, muy lejos; reposan donde mora
el eco.
Ahora son etéreas; nada las alcanza, sólo acaso una
plegaria
que consuele este terrible silencio de orfandad
que nos deja ya
sin luces,
sin ritmos,
sin
aplausos
y
sin cantos.
La otra no ha cantado aún, y ya se muere…
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