Scroll
down… (o Los poetas también limpian sus casas.)
Nunca llegamos a conocer suficientemente a una
mujer. Sólo tocamos tangencialmente la periferia, alguna que otra arista de su
compleja geometría; nunca llegamos a su álgebra, al meollo de su corazón y su
intelecto por más que lo intentemos. Así de complejo es el asunto, como lo es todo
misterio.
Hoy, digamos, disponemos de múltiples vías de acercamiento
virtual para interactuar con otras personas, sin que sea necesaria la presencia
física. Con estas plataformas virtuales se puede ahondar en el conocimiento mutuo
siguiendo las imágenes, los sonidos, lo símbolos diversos, etcétera. Pero no
hay una vía más efectiva —me temo que nunca la habrá— que la del lenguaje
escrito, la palabra escrita con desenfado para ofrecernos las claves reales sobre
la gente, sus gustos, carácter moral, cultura, gentileza, hospitalidad y sensatez.
Nada dice más de una persona que la palabra escrita, repito.
El término scroll
down, esa acción dinámica y vertiginosa de búsqueda de información sobre
hechos y personas se ha tornado cotidiana: nadie escapa de no querer perderse
un buen chiste que alguien posteó, una ironía, un pensamiento, una idea
coherentemente expresada o un poema hermoso nunca antes leído.
Así, un día cualquiera uno puede hallarse con un post
que lo hace meditar sobre el gusto estético de alguien, como éste hallado en la
red:
“Cuénteme de un libro que los haya hecho llorar, no
de tristeza, sino de emoción. Yo acabo de tener un llanto convulsivo tras
releer, después de veinte años, "El nombre de la rosa". La belleza,
decía Rilke, "es ese grado de lo terrible que apenas podemos soportar. En
mi lista está también "Las olas", de Virginia Woolf.”
Igualmente, y con el mismo interés, luego tropezarse
con un simple comentario de un hecho
que delata nuestra ubicación geográfica subtropical y sus inherentes avatares:
“Viene un ciclón (¿viene por fin?). En mi infancia
los ciclones se pasaban con un quinqué, una lata de galletas y agua recogida.
Ahora no. Cómprese una batería, una linterna, curitas y pastillas, planta
eléctrica, latas varias, un galón de agua por persona, mantas, herramientas,
capas, una brújula, radios, teletransmisores, pararrayos, una sonda espacial y
los versículos del Apocalipsis (para que se guie si llega el fin del mundo). La
modernidad es complicada.”
No le queda, pues, a uno, más que sonreir y comenzar
a frecuentar la página de la persona que ha escrito mensajes como los arriba citados.
Y esa persona es Kelly Martínez, a quien habíamos visto fugazmente en algún
recital de poesía en Miami, o en una tertulia literaria en casa de un amigo
común. Después supimos que era Licenciada en Artes y Magister de Literatura
Comparada.
Asi, hoy día me animo, no sin falta de prudencia, a
tocar la puerta virtual de Kelly Martínez con el afán de que me permita
publicarle algún texto en mi blog; no fue sorpresiva la inmediatez de la respuesta
acorde con la dinámica de estos tiempos donde todo acontece a la velocidad de
la luz y de las tecnologías. Me fueron enviados unos poemas y, a mi insistencia,
un texto en prosa.
A continuación les dejo dos poemas y una viñeta de
esta joven que no concibe, al igual que nosotros, su vida sin el arte y la
literatura.
Espero que a ustedes les agraden tanto como a mí. Yo,
por mi parte, he de seguir visitando su página virtual para entrar nuevamente
en el vertiginoso scroll down de la red en
busca de nuevos asombros y constatar que los
poetas también limpian sus casas regularmente.
Félix Anesio
Miami, Sept. 2015
Posibles
causas para un poema
Puede ser mi imposibilidad para convertirme en
piedra.
En medio de esta suspensión hay una música,
el corazón oído se detiene para escucharla.
Sé dónde está la herida,
el filo asombroso de mi mediocridad:
no puedo evitar pensar la vida
de manera prosaica
ni detenerme en el lirismo
de las flores que mueren.
Es ahora
o nunca
el momento propicio para la palabra.
Ahora,
en esta tarde desdibujada por la lluvia
como si todo estuviera destinado a perderse.
Ser
poeta no es estar en la luna,
tampoco barrer el polvo de la soledad.
Los poetas también limpian sus casas
y crían hijos
y cuervos
y a veces no se deshojan en otoño
ni florecen en primavera.
Ser poeta es ser servil a la palabra,
ponerle la mesa y, si tiene sed,
una limonada al pie de una palmera,
un abanico egipcio.
Ser poeta es sabérselas arreglar
frente a la trampa de la realidad,
frente a esa manía suya de ir degollando sueños;
Es una intuición oscura,
una lectura posible ante el espectro del mundo.
Pero los poetas también planchan, lavan,
recogen la caca del gato
y a veces maldicen su suerte o dan gracias
por esa breve vastedad de saberse humanos,
vaivén,
sombra mecida entre las sombras.
Por responderle adivinanzas a la muerte y, a veces,
muy pocas veces,
tener la suerte de acertar.
La
Carreño
Solía estar parada en la misma esquina, a la misma
hora, todos los días. Muy alta, con un vestido de encaje que -evidentemente- tuvo tiempos mejores y que me atrevería a decir era un vestido
fino. La carterita minúscula, el cabello ralo y amarillento recogido en un moño
que acentuaba un cuello caprichoso. Los ojos muy azules: un ascendente feroz
corriéndo por sus venas. Una belleza
bárbara, una irrupción venida desde los mares del norte. No pedía dinero, no
pedía comida, no molestaba a nadie. Simplemente se paraba allí, todas las
tardes, con la mirada perdida de quien ha visto a los dioses y ha recibido
castigo por ello.
Me paré a su lado muchas veces, tal vez esperando un
gesto que desmintiera su irrealidad; que la volviera, de repente, humana y no
una suerte de tótem indescifrable y sin edad. Pero, en todos los meses que
estuve viviendo en la zona, jamás logré ver otra cosa que la ritualidad con que
llegaba; la ritualidad con que se retiraba. ¿Qué buscaba aquel personaje, aquel
fantasma vikingo que nada tenía que ver con el trópico caraqueño y las
guacamayas? ¿Qué esperaba?
Se contaban muchas cosas sobre ella pero, la leyenda
popular y de alguna forma unánime, rezaba que había sido una famosa pianista en
su país de origen (algunos decían Rusia, otros Alemania) y que había venido a
Venezuela enamorada de un hombre que luego la abandonaría a su suerte. ¿Era él
lo que esperaba? Fue por eso que la bautizamos “La Carreño”, en honor a la
famosa pianista venezolana a quien -por su estatura y sus largas trenzas
rubias- apodaban “La walkyria del piano”. A veces no nos quedaba duda de que
nuestra Carreño era la reencarnación de la original. A veces jugábamos con la
idea de que sólo nosotros la veíamos. Alguien nos dijo que no era pianista ni
europea y nos hizo una historia oscura que implicaba a la alta alcurnia
caraqueña de la década del cincuenta, pero siempre preferimos la versión romántica
que le daba sobrenombre.
Algo en ella me recordaba a La Torre de Pisa: una
ligera inclinación, un casi a punto de caerse. Un juego raro entre resistencia
y la gravedad; un problema de fábrica. Y también una rareza, un monumento a
visitar, un enjambre de turistas haciéndose fotos. Pero allí estaba,
auscultando siempre los embates del tiempo; aguantando siempre los embates del
tiempo.
Me gustaría decir que desapareció, que no la vi más.
Pero lo cierto es que quien desapareció fui yo. Me mudé y, las pocas veces en
que volví al lugar, lo hice en horarios en que sabía que no estaría. Pregunté
por ella par de veces, pero nadie supo darme información. Quién sabe si también
se fue; si se cansó de esperar o de ir al mismo sitio. Hace muchos años que me
fui y cualquier cosa es posible. Quién sabe si el ritual siguió repitiéndose en
otra esquina de la ciudad o, si aquello que esperaba, llegó. Tal vez la muerte:
una muerte altísima, con trenzas rubias, golpeando apocalíptica las teclas de
un piano.
Kelly Martínez (La Habana, 1980), Licenciada en
Artes y Magister en Literatura Comparada por la Universidad Central de
Venezuela . Fue profesora en la Escuela de Artes de la UCV, donde fundó el
primer Diplomado en Crítica del Arte
impartido por dicha institución. Trabaja también como fotógrafa, curadora,
crítica de fotografía y editora. Colabora para varias revistas internacionales,
como Culturetas (España) y ViceVersa Magazine (USA). Sus poemas han sido
incluidos en varias antologías importantes de poesía venezolana.
Actualmente reside y trabaja en Los Estados Unidos.
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