En el borde
De todos los desiertos que habito,
ninguno tan cruel, como el de la palma de mi mano.
Aridez surcada por gastados laberintos
que proclaman, de algún modo,
que he amado
que he procreado
que he vivido.
Ay de mí, al contemplar, imperturbable,
esa fecunda aridez extendida hacia lo alto.
Hacia un cielo, ya sin nubes, que derrame
generoso, la
gota de lluvia indispensable
que permita cantar mi último verso.
En el borde de la palma de mi mano
yace un abismo inefable que me espera.
Felix Anesio.
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