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sábado, 30 de junio de 2018

Una reseña de Antonio Arroyo Silva sobre "Los cuervos y la infamia".


Una reseña de Antonio Arroyo Silva sobre Los cuervos y la infamia...

Estimados seguidores y amigos:

Hoy me he sentido particularmente honrado... Y es que hay un poeta español, al que no conozco aún personalmente, y que se llama Antonio Arroyo Silva, quien ha sido acreedor del prestigioso Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez /2108 por su poemario Las horas muertas; y ese poeta me ha escrito.

Dentro del avatar de los días de su premiación pudo dedicarme tiempo (gesto que agradezco sincero) para leerse Los cuervos y la infamia, mi más reciente poemario editado por Betania, España y Entre Líneas, EE.UU.
Antes de escribir la reseña que anexo a continuación, Antonio me envió un mensaje, que cito textual y que expresa toda la humana impresión que mi libro le produjo, así de sopetón, si ambages, como se habla emocionadamente en castellano; porque no hay poeta que la emoción del verso no embargue y tenga a bien expresarlo desde el alma.  
Así reza el sentido mensaje que atesoro:

 "Mi estimado poeta. Estoy leyendo su libro en pdf que me envió nuestro común amigo José Antonio. Vida, mucha vida y cuerpo, mucho cuerpo leo aquí. A mí me gustan los libros que te rompen todos los esquemas, no los que tocan el alma, sino los que te la hacen añicos y así tienes que reconstruír el alma verdadera. Bravo, Félix Anesio. Te aseguro que voy a ampliar estas palabras. Un abrazo inmenso."
Espero disfruten la reseña y continuen leyendo poesía para enaltecer la vida.
Gracias,

Félix Anesio
Miami, 30 junio 2018

DE CUERVOS Y DE INFAMIAS EN LA CÁMARA POÉTICA DE FÉLIX ANESIO
Por Antonio Arroyo Silva

En la entrevista de la poeta Lilian Moro que sirve de prólogo a esta edición de Los cuervos y la infamia, Félix Anesio, autor de dicho poemario le responde que los cuervos representan en sus poemas el desconcierto y el horror y, sobre todo, un enigma indescifrable. Por otro lado, define la infamia como el polo opuesto de aquellos ideales humanistas que suponen el honor, la bondad y la nobleza. Esto ya me da una idea de cómo abordar la obra y desarrollar estas notas que vienen a continuación que no tienen mayor aspiración que ser mi propia lectura
Mientras leía Los cuervos y la infamia me vino la sensación de película en blanco y negro, algo así entre el cine de Fellini de sus primeros tiempos neorrealistas y Bergman. Sobre todo, el segundo al que el autor reconoce como maestro. No es gratuito afirmar que la relación y el diálogo de las artes ha sido bastante fructífera para el desarrollo de la creación en la cultura occidental. En Félix Anesio vemos reflejado esto claramente: esa relación entre su poesía y el cine hace que la progresión de sus imágenes sea visual y cinestésica: imagen en movimiento constante y distintos planos. El ojo del poeta tras la cámara. También se observa cierta influencia del expresionismo alemán, no solo en lo cinematográfico sino también del poético y pictórico (Münch). En esa sala de espera del poema «El callejón de los vencidos» se intuye la sonrisa morbosa de un Gottfried Benn y, por supuesto, la presencia de Bruno Schulz—de ahí la dedicatoria—.  De hecho, el propio Félix Anesio se pregunta en un breve poema de la primera parte:
¿Es misión del artista desentrañar
la oculta belleza de lo horrendo?
Como Benn en su libro Morgue y otros poemas que ve la belleza en un áster que crece en el interior del pecho de un cadáver:
Lo instalé entre virutas
en la cavidad del tórax
mientras lo cosíamos.
¡Bebe hasta el hartazgo en tu florero!
¡Descansa en paz
pequeña áster!
No obstante, Anesio nos expresa a los lectores la cuestión en forma de pregunta que produce un tono reflexivo y abierto.
Así llegamos al poema «Rara avis» que trata de la figura del famoso Hombre Elefante; pero está basado en la película de David Lynch — por cierto, rodada en blanco y negro –, pues se alude a John Merrick y no al personaje real, de nombre Joseph.
Los poemas de Los cuervos y la infamia parecen un montaje de producción cinematográfica. De hecho, esta es una característica del poemario que apoya lo que decía antes de la relación de este libro con el cine. El poeta no es un pintor ni un músico, sino un cinéfilo que aspira a rodar una película que, a la postre, se transforma en un libro de poemas, en blanco y negro. Todo alude a esta antítesis de los tonos que van del blanco al negro: los cuervos, la infamia, las escenas de la sala de espera, el pez abisal, el poeta muerto…
Pero todo no se queda en un mero devaneo entre la realidad y la ficción, en un mundo descolorido e impersonalizado que ocupa las partes I y II de la obra. También está ese sujeto lírico que entra en escena para equilibrar esa tremenda caída al infierno de Dante que es, en la segunda parte, el poema antes aludido «El callejón de los vencidos». Un infierno queda atrás y Félix Anesio asume su condición de trasterrado, sin evitar ese tono existencialista de abandono. En la tercera parte del libro, el tono, el ritmo y el registro cambian y el poema disminuye considerablemente hasta llegar a un solo verso. Poemas con tendencia al aforismo reflexivo con un toque de ironía y crítica social (de forma indirecta en las partes precedentes) a cierto régimen que le tocó vivir y del que ahora sufre las consecuencias en su exilio. Léase «Clase de historia en Cuba, 1960»:
Una mano escribe en la pizarra: «El Imperialismo se derrumba.                                                  
El futuro pertenece por entero al Socialismo».
Hace ya muchos años que la profesora descansa en paz.

O el extremo existencialismo contenido en el poema «Ceremonial litúrgico» que llega a su punto más alto, pues ya viene siendo una tónica a lo largo del libro:
Nos consumimos
como cirios
en el altar de nadie

No obstante, este Los cuervos y la infamia se cierra con un poema en prosa que, según mi punto de vista, resume todo lo anterior. Pero esta vez recurre a la analogía musical: «Todo un complejo entramado para crear un arte, en el que se hace   indispensable   el silencio».
Lean esta obra con hilatura magistral, aunque, como se dice en el poema inicial «Los seminaristas», les pueda llenar de turbación la imagen que recuerden. ¿Pero que sería de la poesía sin este estado de turbación? ¿Qué sería de la belleza si no estuviera en los lugares más inimaginables como la pobreza y la podredumbre del ser humano? ¿Qué sería de Baudelaire, de Poe, de Rimbaud, de Ingmar Bergman?
Lo dice el poeta Félix Anesio desde su atenta vigilia, que se confiesa creyente: siempre queda una luz de esperanza. Como William Carlos Williams, cree que aún en el infierno crece la flor del asfódelo.

Antonio Arroyo Silva. Nacido en Santa Cruz de La Palma en 1957, es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de la Laguna. Ha sido colaborador de revistas nacionales e internacionales como La palabra y el Hombre. Ha publicado libros de poemas: Las metamorfosisEsquina ParadiseCaballo de la luzSymphonia, No dejes que el arquero, Sísifo SolSubirse a la luz. Antología esencial 1982-2014, (español-rumano)Poética de Esther Hughes, Mis íntimas enemistadesArdentía y Fila cero. Las plaquettes Material de nube y Un paseo bajo los flamboyanes. En ensayo, La palabra devagar.   Ha participado en varios festivales internacionales de poesía como la «XXII Cita en Berlín», invitado por la Universidad Humboldt como representante de NACE. Es miembro de la Nueva Asociación Canaria de Escritores (NACE). Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez 2018 por Las horas muertas.


Antonio Arroyo Silva

                                 Junto a Lilliam Moro en Altamira Libros, Coral Gables.



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