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viernes, 6 de septiembre de 2013

"Memorial del holocausto", un poema de Arístides Vega Chapú.




Foto de Manuel A. Galguera



Memorial al holocausto


Como si fuese posible andar por sobre las aguas
correosas por las ramificadas raíces de los lotos,
en las que se afianzan pulidas piedras que simulan flotar
como en los ríos donde me he sumergido.
Solamente Anne Frank, de pie en el umbral, sonríe.
Solamente ella se muestra piadosa, se hace a un lado
para que podamos pasar
a ras de las grises lápidas
que nombran los campamentos nazis,
el apellido de las familias consumidas por el holocausto.
Muros de arena y cal
en los que no se proyecta sombra alguna
sino el eco de un silencio
que a ratos levanta un polvo imperceptible.
Se me va cerrando el pecho
luego de resistir insistentes latigazos
que han recorrido mi cuerpo
hasta paralizar algunas de sus partes.
La asfixia que produce andar sus pasadizos
hace lento mi paso por el Memorial,
que en Miami recuerda a las víctimas del nazismo.
Arbeit match free.
Escribieron a la entrada de los campos de concentración.
En algún otro lugar leí una frase parecida, pero me resisto
a aumentar mi escozor.
Siento hambre y a la vez rubor por los alimentos
que he tenido ante mí y he rechazado. Doy la espalda,
curva y adolorida,
pero aún sigo sintiendo la voz hosca del que me llama
por mi nombre
y me hace saber que también voy a morir.
Como árboles de un bosque sumergido en la nieve
pasan frente a mí los desnutridos cuerpos,
con sus vistas perdidas,  sus dedos consumidos
y convalecientes de espantar la densa neblina
que provoca la respiración de los enfermos,
de ahuyentar los insectos que en las noches se valentonan.
Los tórax zanjados por la tuberculosis reciente
incrementa su falta de aire.
Respiro con su misma dificultad, mis pies, como los de ellos
han sido vaciados en bronce. Me pesan
de igual forma.
Los ojos se endurecen al contacto con la escuálida luz
que surge de un pequeño vitral en lo alto.
Pese a todo una banda de escasos instrumentos
inapetentes de sonidos, interpreta una pieza
falta de bríos, de una monotonía triste que arrecia
al contrastar con la melodía que escuchan
cuando imaginan la pradera.
Cubierta por la capa blanca y endurecida del invierno
cuyo apogeo de la brisa aún recuerdan,
en esas visiones que provoca la fiebre
y en las que logran regresar a casa,
sentarse en la cabecera de la mesa y contar uno a uno
su descendencia.
Algunos caen, apenas terminan la pieza, de bruces
sobre la tierra compacta y seca,
dejándose inmovilizar por una escuálida luz mortecina
a la que no se resisten, colgados del pie o del cuello, colgados
por el deseo de encontrar el definitivo descanso.
Vi esas imágenes alrededor mío, rostros conocidos,
de vecinos y parientes,
de personas con las que alguna vez coincidí.



Arístides Vega Chapú
Poeta y narrador cubano.


Foto de M.A. Galguera

Arístides Vega Chapú en Books & Books

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